Este viaje al noroeste de Argentina que hice en 2017 me permitió conocer y conectar con mujeres que tratan de construir, desde el amor y la humildad y a través de acciones concretas, un mundo más equitativo, responsable, sostenible y respetuoso de la tierra madre. Gracias a una búsqueda incesante de equilibrio, parecen haber superado la antinomia entre pragmatismo y utopía. Hoy en día, la voz de la mujer –derivada o no de posiciones feministas– se expresa con más fuerza que nunca y la militancia intelectual femenina de los siglos pasados –encarnados sobre todo para mí por mujeres como Lou Andreas-Salomé o Simone Weil– se está materializando en la realidad para concienciar sobre este desequilibrio entre hombres y mujeres a través de reivindicaciones ligadas a la paridad, a la igualdad entre géneros, a la denuncia del machismo, de la violencia, etc. Cómo se manifiesta y se expresa esta voz femenina en el noroeste de Argentina?
Liderazgo femenino en el campo
Carolina, presidenta de la comunidad Pueblo Tilián, encarna a la perfección esta mujer indígena fuerte y defensora de su comunidad, plenamente consciente de sus valores y de lo que puede aportar a sus compañeras y compañeros. Se desprende a la vez mucha dulzura y mucha fuerza de esta mujer de unos 40 años, con aire risueño y juvenil, madre de dos hijas mayores. Carolina hace coexistir de forma armoniosa pasado y modernidad integrando el uso de las nuevas tecnologías para difundir su lucha y velando por valores fuertes y éticos. Organiza asambleas cada semana donde acuden casi solo mujeres para buscar soluciones legales a las injusticias que sufre su comunidad y los intentos de despojamiento de sus tierras.
Nacida en la tierra de sus ancestros, Carolina es la autoridad elegida por esta comunidad compuesta por unas 150 personas, pequeños productores que siembran para el auto-consumo y que crían y venden animales. Constata con tristeza que a pesar de los progresos de las leyes, todo avanza lentamente: “La pre-existencia es reconocida en la reforma del 94 pero no aplicada, de ahí lo que está pasando con los Mapuches en el sur del país por ejemplo”. Reafirma con vehemencia su sentido de abnegación hacia la tierra: “dejaré mi sangre en el territorio en honor a nuestros padres y para nuestros hijos. Somos parte de este territorio, no su dueño, hemos de protegerlo y de cuidarlo para alcanzar la complementariedad, la reciprocidad, la armonía con la naturaleza”. Su voz es la expresión de una voz colectiva con matices y valores muy femeninos. Una voz que puede anclarse a través de la educación si ésta abarca la identidad y la cultura indígenas. Escribir la historia de su pueblo es el sueño último de Carolina. Quiere plasmar toda la sabiduría de sus ancestros y dejar un legado escrito a las futuras generaciones. Un aspecto sorprendente ha sido la no identificación de estas mujeres con el concepto de feminismo indígena porque aspiran sobre todo a una búsqueda de equilibrio y de complementariedad entre mujeres y hombres, entre jóvenes y ancianos, de equilibrio con la naturaleza como elementos constitutivos de su cosmovisión.
Reivindicación del legado de la Túpac Amaru y de su exlíder, Milagro Sala
Eugenia, joven antropóloga nacida en el norte del país y de origen indígena, posee esta misma fuerza de carácter, esta misma determinación y un espíritu de liderazgo. Se opone a la colonización, a los estados nacionales, a la voluntad de “folklorizar” sus costumbres, de mercantilizar sus tradiciones. “Existe una amenaza real de ver todas estas tradiciones convertidas en algo folklórico y que se vaya vaciando de su contenido. Lucho por preservar el contenido político y afianzar esta identidad para ser respetados como tal porque el gobierno tratar de desvirtuar esta cultura promoviendo imágenes exóticas para los que están detrás de todo”.
Trabaja en la ciudad de Jujuy para la administración pero acaba de vivir un episodio traumático ligado a sus posiciones ideológicas y a su implicación en el Comité de liberación de la líder Milagro Sala y de otros presos políticos. Fue acosada, despedida y reintegrada pero sigue sintiendo miedo e inseguridad. Sin embargo, a pesar de reconocer algunos de sus errores y su responsabilidad en casos de corrupción. Reitera su fe, una fe inquebrantable en ella. “Para Milagro Sala, el punto de partido era el trabajo colectivo y no se equivocó pero no preparó a los compañeros y no les dijo que esto tenía un límite y que este límite lo ponía la derecha”. Según ella, no proporcionó herramientas suficientes para entender que el espacio democrático no garantizaba siempre la libertad.
Ante la crisis de los años 90 en Argentina y sus múltiples corolarios habituales y demoledores (empobrecimiento, aumento de las desigualdades sociales, del paro, etc.), una dirigente indígena, Milagro Sala empezó a organizar acciones para reclamar derechos básicos para los más despojados en los ámbitos laboral, educativo y de salud. La primera acción visible de la asociación Túpac Amaru fue lanzar el programa Copas de leche para luchar contra el hambre infantil. Poco a poco se fueron implementando programas diversos para la creación de puestos de trabajo, de viviendas, de centros de salud, de escuelas, etc. Nació así un nuevo paradigma de trabajo, cooperativo y solidario. “Se contrató a personas marginadas que nunca habían entrado en el mercado laboral”. Eugenia no solo incide en la base social de la asociación sino que pone de relieve la gran contribución de Milagro Sala para las mujeres: “estuvo a la altura de los intereses populares y representó a todos. No era feminista pero el 75% de las personas que trabajaban en la organización eran mujeres y gracias a ella, aquellas mujeres pudieron emanciparse y salir de situaciones de maltratos. Por otra parte, otros colectivos eran también representados como los homosexuales, los transexuales y travestís”.
Liderazgo femenino en la ciudad
Esta visión cosmogónica que vuelve a poner la energía femenina en el centro de este proceso de cambio se vive de forma diferente en el campo y en la ciudad. Se encuentra muy presente en las comunidades indígenas, dispersas en el territorio, pero se observa una situación distinta en la ciudad. En el campo se traduce por una reivindicación de la unidad mientras en la ciudad, las mujeres se centran en la lucha contra el feminicidio que alude a cualquier acto de violencia contra las mujeres, desde la violencia, la violación, el maltrato físico o psicológico, etc.
Al llegar a Jujuy acudí a la organización Juanito Moro, fundada por Cristina Romano, cuyo objetivo es promover la emancipación y los derechos de las mujeres a través de diferentes iniciativas. Al entrar en su sede me sentí inmediatamente arropada y protegida por esta energía femenina dulce y firme a la vez. El local cumple con dos funciones: la de ser un lugar de trabajo y punto de encuentro para llevar a cabo acciones militantes y reuniones y la de acoger mujeres que puedan ser víctimas de maltratos. Una atmósfera cálida en la que cada mujer va dedicándose a sus tareas: Cristina, la directora, está reunida, María José está preparando un documento sobre el movimiento feminista nacional, Delia está conversando con un grupo de médicos cubanos que operan de cataratas a los Jujeños sin recursos en Bolivia. Cerca de la mesa central están sentadas otras “mamitas” tejiendo.
Delia me hace pensar en la abuela que todos quisiéramos tener por su actitud cariñosa y su generosidad. Pero después de esta primera sensación, llego a percibir una fuerza silenciosa muy potente y contagiosa, mezclada con una tristeza indecible. Bajo esta extrema dulzura, Delia aparece como un pilar de la fundación. Es ella la que acoge a las mujeres que entran en este oasis de paz femenino, este espacio de protección, y la que lleva algunos programas para ayudar a los habitantes de Jujuy más desamparados.
En el fondo a la izquierda se encuentra el despacho de María José Carrera que es odontóloga, además de colaborar con la Fundación Juanita Moro. Comparte el anhelo de promover los derechos de las mujeres y de luchar contra la violencia, la discriminación y la explotación sexual, así como en la idea de crear una escuela popular para mujeres del territorio. Me explica que la sociedad de Jujuy es tradicional y muy conservadora, religiosa como toda Argentina aunque la religión católica esté sincretizada con las costumbres ancestrales de los pueblos originarios. Es feminista pero forma parte de una minoría en reivindicar esta posición “al ser un tema muy denso, pesado y doloroso”. Evoca el nacimiento del movimiento “Ni una menos”, tras unos feminicidios ocurridos en 2015, como respuesta ante el recrudecimiento de la violencia contra las mujeres en todo en el país. Un movimiento que surgió de forma espontánea, bajo la forma de una marcha en varias ciudades, para concienciar a la sociedad de la violencia machista. A pesar de los avances respecto a la legalización del aborto y de la difusión de una guía de atención a las mujeres con derecho a interrumpir el embarazo, constata que no es suficiente porque no se cumple estos servicios en todas las provincias. “A las mujeres de la Puna por ejemplo, no se les ofrece este servicio porque no saben o porque no quieren debido a sus creencias religiosas. Las mujeres tienen vergüenza y no se atreven a pedir porque saben que es ilegal”. Apunta también las disensiones internas en el movimiento tras la detención de Milagro Sala: “una parte de las mujeres no comprende o no quiere comprender que la situación de Milagro es injusta y que tiene mucho que ver con el hecho de ser una mujer e indígena más allá del hecho de que no se identifique con el feminismo”.
Después de esta conversación me dirijo al despacho de Cristina Romano, la presidenta y fundadora de la fundación Juanita Moro. Me impresiona su capacidad de manejar varios proyectos a la vez. Una mujer multi-tarea que atiende a todas las personas que acuden a ella con la misma escucha, paciencia e implicación. Emana de sus ojos una firme determinación y contagia sus convicciones y fuerza de voluntad. Aborda las diferentes líneas de trabajo desarrolladas por la fundación (solidaridad con Cuba, derechos de las mujeres) pero sobre todo la evolución de su proyecto: “al principio este proyecto sirvió para ayudar a los niños que vivían en la calle sin ningún recurso pero progresivamente se dirigió a otro colectivo, él de las mujeres”. Su objetivo era llevar a cabo un trabajo de concienciación y crear un espacio feminista donde se pudiera hablar de los derechos de la mujer, lograr su empoderamiento y consolidar su incidencia y su papel en la política. Crearon un movimiento feminista en Jujuy con la voluntad de juntarse ante una sociedad patriarcal, machista y conservadora ligada a la historia y a la cultura. Además de denunciar esta situación, realizan un trabajo admirable de prevención y de concienciación. Su fundación presentó diferentes proyectos a nivel internacional y el año pasado ganaron un proyecto de la Unión Europea. Exdiputada y miembro del partido Unión Cívica radical, Cristina me explicó que se desvinculó de ese partido en el 2015 y que fue amenazada. Perdió todos sus apoyos y su trabajo y tuvo que empezar desde cero todos los programas de la fundación. Apunta la dificultad de colaboración y articulación con el gobierno provincial para la puesta en marcha de estos programas. Pero “este espacio es nuestro, actuamos y decidimos nosotras”, afirma Cristina. Su línea de trabajo la llevó a desarrollar varias colaboraciones, como con la FDIM (Federación Democrática International de Mujeres), y a tener mayor compromiso con las mujeres.
Lo femenino sagrado es el motor del cambio
Todas aquellas mujeres resultan ser las verdaderas líderes que impulsan una renovación a todos los niveles.
Son ellas las que encaran problemas vinculados con los derechos humanos, como el deterioro del medioambiente y de sus condiciones de vida, la insuficiencia de las tierras, el empobrecimiento de las comunidades, el éxodo de los jóvenes hacia las ciudades, las amenazas sufridas por parte del gobierno, el tema de la educación.
Son ellas las que abogan por una nueva sociedad sin capitalismo, sin discriminación, sin opresión, sin machismo, etc.
Son ellas las que tratan de construir de forma coherente y a través de todas sus acciones un mundo más justo, responsable, respetuoso, tolerante y en armonía con la tierra madre.
Este viento feminista se expresa a través de una profunda indignación y espero que sea el catalizador de una transformación de la sociedad porque, después de las olas de feminismo precedentes, que cambiaron para siempre el rol de las mujeres en la sociedad, nos incumbe a todos hoy equilibrar la polaridad universal entre el principio masculino y el femenino porque tiene lugar dentro de cada hombre y de cada mujer. Afortunadamente, este movimiento imparable está despertando a la vez a las mujeres y a los hombres y desmantela paradigmas totalmente obsoletos gracias a su visibilidad e incidencia mediática. Sin embargo, existe siempre el riesgo de que se vea reconducido e instrumentalizado hacia otros fines distintos que el del crecimiento de la humanidad. Asimismo puede exponerse a un proceso vaciador de su esencia y de su potencial transformador si nos alejamos de su verdadero sentido, el que resuena profunda y verdaderamente en cada uno de nosotros. Concebir esta “lucha” por la igualdad a través de un patrón de comportamiento masculino nos llevará a repetir la historia aunque sea desde otra perspectiva. Cuestionar el modelo de sociedad patriarcal y conservadora es la primera etapa en esta espiral de cambio pero no se trata de aniquilarlo todo ni de “desmasculinizar” el mundo sino de integrar las estructuras y las enseñanzas para trascenderlas y transmutarlas. Hemos de permitir a esta energía femenina (compuesta por la consciencia de lo femenino sagrado de cada ser humano) que ha sido reprimida durante demasiado tiempo, volver a ser, exprimirse y desempeñar su rol reequilibrando las fuerzas.
Este replanteamiento del papel de la mujer significa, para mí, un reposicionamiento de las mujeres en sus propias vidas, una (re-)conexión pura con su esencia a través de la energía femenina para librarse de las trabas y condicionamientos, una exploración interior para lograr la completud. No significa verter en lo opuesto y convertirse en una ultra-feminista sino sin capaz de conectar con sus propios deseos y de expresar su voz con mucha consciencia porque la igualdad de género solo puede nacer de una diferencia asumida y no de la imitación de los valores patriarcales.